martes, 3 de agosto de 2010

Cuentos Pasteurizados (primera parte)

I


Fulanita se levanta. Toma mate, come tostadas. Mira la temperatura y se abriga. Mira el reloj, mira papeles. Prepara su cartera y sale a la calle.

La calle todavia está oscura porque es muy temprano; entonces Fulanita camina y ve a unos nenes jugueteando con una bolsa vieja. Los ve y se compadece. "Mañana los llevo a desayunar" se dice. Y sigue caminando a la parada del colectivo.

Mientras espera viene una mujer oscurecida de mugre amamantando a un nene que llora con la teta en la boca. La mujer le pide unas monedas. Pero Fulanita tiene las monedas justas para viajar, con la falta de monedas que hay, y no tiene billetes chicos para cooperar y ser buena. Se disculpa y se sube al colectivo. Llega al trabajo y trabaja, se gana su pan. Sale a almorzar, vuelve y trabaja. Se gana su pan.

Y cuando vuelve a su casa prende la tele, prepara la comida, come su comida, ve la tele, se indigna por las candidaturas testimoniales y sabe que mucho no puede hacer. Se indigna pero está contenta porque puede pensar, porque por suerte fue a una facultad medio progre que le abrio la cabeza para poder darse cuenta de que todo es mierda.

"Es tan fea la realidad. Tanta impotencia da" piensa Fulanita "Que se yo, por lo menos sé que esto no es lo normal, que no es así" piensa.

Sabe que los medios están comprados y que la tele le miente, no como cuando el hombre fue a la luna ¡Qué momento de verdad, de impacto! pero al fin y al cabo siempre miente.

"Porque hay hambre y dolor ¿Verdad? está todo eso feo que la gente no quiere ver porque está ocupada" piensa Fulanita que es una persona consciente que ve lo real. Por eso va al trabajo, se gana su pan, se come su pan y siempre lo comparte cuando tiene cambio de cinco.



II

Estaban Juan Choborra y Fulanita tomando un café en el bar del Judío Mordiscón, hablando de la vida, del trabajo, el clima y sus apetencias sexuales. Resulta que a Fulanita le gusta que le peguen y a Juan Choborra casi no le gusta estar arriba.

Justo cuando estaban terminando el cortadito entró por la puerta el Señor Don Juan Alberto Pilaberga, que se sacó la galera negra, el sacón y se sentó con los otros dos, dejando a un costado su bastón con puñera de plata.

Los tres se saludaron cordialmente y pidieron otros cafés.

Entonces, después de debatir un buen rato sobre el porqué de la crema en el café Fulanita se dio cuenta que lo otros dos le estaban mirando el escote.

Entonces, por supuesto no dijo nada y se cruzó más de brazos para que se le abultaran sus eternas compañeras; porque era más que divertido ver al abstemio y al diputaducho ese regodearese en sus fantasías.

Mientras tanto, para poner algo de seriedad pensó en comentar un poco sobre los derechos de la mujer y su incidencia en los avances de las Ciencias, sobre todo las Sociales, y la importancia que habia tenido el accionar de esos avances en lo político y económico. Y cuando comentaba que quedaba mucho por hacer todavía en esos campos de la revolución femenina volvió a ver al Señor Don Pilaberga y a Juan Choborra mirarle las tetas...igual que se las miraba aquel novio del Pe Oh que había tenido en la facultad, y recordó lo reales y conscientes de sus encuentros y en como iban a cambiar el mundo desde el baño de la facultad, o en aquellos petitorios infinitos, y toda esa esperanza que ponía mirándolo a los ojos cuando él le pegaba como a ella le gustaba. Y se vio ahí hablando con dos imples babosos pajarones y se avergonzó un poco. Por eso dio por terminada la charla. Quiso pagar el café, pero por suerte el Señor Don Pilaberga los invitó a los tres, así que salió a comprarse un corpiño con push-up.

De la misma manera, Juan Choborra, algo exacerbado partió al Bulo de La Puta Cremosa, y el tercero, el señor de la galera negra decidió pasar al baño para darle otro uso a su bastón con puñera de plata, que una vez más le servía para satisfacer otro de sus placeres, el segundo después de golpear a los niños mendigos desde su auto.



III

En la Ciudad de los Hipócritas que Comen Lento viven muchas personas. No debéis creer que todos son hipócritas y mucho menos que todos comen lento, solo que los fundadores de dicha ciudad la llamaron así porque un día "les pintó". A pesar de esto último, tampoco debéis creer que en esta ciudad no existen hipócritas ni gente que coma lento y mucho menos que no exista la tradicional combinación de ambos.

Existe y es bastante común ver a alguien comiéndose un helado totalmente derretido sobre el cucurucho, u otro diciéndole a un amigo que no se preocupe, que su esposa le es muy fiel y después de esto irse con ella al hotelucho más conocido a ver la noche de colores.

También cabe la posibilidad de ver a la esposa comerse el cucurucho totalmente derretido sobre la mano de su amante y después decirle a su marido lo fiel que le es.

En fin, la idea no es aburriros, sino dar cuenta de lo diversa que es la Ciudad en la que ocurren una serie de eventos conocidos para los extranjeros, pero absolutamente normales para los habitantes de la Ciudad de los Hipócritas que Comen Lento.



IV

La vida de Juan Choborra es así


6.00 am Suena el despertador

6.01 am Se levanta

6.08 am Juan está vestido

6.22 am La pava hirvió

6.25 am Juan toma matecocido

6.36 am Sale a trabajar

7.00-17.00 Trabaja en la carpintería de Bochita López

17.02-20.00 Momento para la recreación, generalmente o bien el Café del Judío Mordiscón o el Bulo de La Puta Cremosa

20.05-22.00 Almuerzo y cena

22.00-23.00 Televisión

23.10-5.59 Dormir



Nota: Le decían "Bochita" porque cuando era un bebé su abuelo lo olvidó dentro de una cancha de bochas y un tiro inesperado lo marcó para siempre.



V

"Tal vez sea lo mas lógico el juzgar por el sonido de la voz" pensaba la Puta Cremosa (que en realidad se llamaba Eloisa de las Cremas) cuando atendía a los clientes que entraban al Bulo. Algunos con voz de pito, valga la redundancia y otros con contrabajos espeluznantes. Sin embargo, Eloisa siempre se quedaba pensando en la voz de Juan Choborra que era penetrante y organizada como él mismo, valga la redundancia.

Ella lo atendía personalmente porque le gustaba su voz, hasta que una vez se encontró empujando con amor y se asustó. Desde entonces decidió dejarselo a Cerecita. Él se sorprendió sin placer con la niña nueva y se dio cuenta que se le movía el piso por una prostituta cuarentona...

Dejó que lo atienda Cerecita.



VI

El Señor Don Juan Alberto Pilaberga siempre le había resultado muy atractivo a Fulanita.

Tenía cierto poder, había sido diputado, tenía campos, no se había casado nunca y lo fundamental: era muy mayor. En un par de años palmaba y ella sacaba una buena tajada, aunque seguro también donaría una buena parte a la Fundación Salva al Loro.

Desde aquella tarde en el Café le había entrado interés por el viejo, aunque siempre lo vio medio perverso.

Tomando el té, se propuso tomar cartas en el asunto.



VII

Hoy murió un niño en la Ciudad de los Hipócritas que Comen Lento. No despertó porque no pudo comer ni lento ni rápido.

El anochecer en la vereda podía ser muy vistoso. Y podía lavarse el dolor en el rostro de una mujer con su niño colgado del seno por la certeza de que tal vez el pequeño volaría al atardecer.

Unas llamas en las vías del tren lo ayudaron a volar y después de ver su seno vacío, la mujer también decidió tomar cartas en el asunto.

1 comentario:

  1. Triste, y más sabiendo que todos en mayor o menor medida vivimos en esa ciudad.

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